Invasión de basura electrónica

Un juego: eche un vistazo a su cocina y compruebe cuántos aparatos no son eléctricos. Quizá se salve ese exprimidor manual, sí, o quizá ese mortero de madera. Lo demás tendrá cables, enchufes, resistencias, circuitos. También el teléfono u ordenador desde el que está leyendo estas líneas. Son objetos con una existencia limitada, cada vez menos longevos y más perecederos. Cualquier gadget se nos queda viejo en cuestión de meses y corremos a renovarlo como si nos fuera la vida en ello. Solo en España cada ciudadano produce 18 kilos de basura electrónica al año. Como si cada uno de nosotros se acercase al contenedor por su cumpleaños y dejase caer en él 180 smartphones.

El río de chatarra crece tres veces más rápido que las otras partidas de residuos. Las causas: el vertiginoso consumo de productos electrónicos y el reciclaje incontrolado de los aparatos desterrados. Según los últimos datos de Eurostat, en 2012 se pusieron en el mercado 574.000 toneladas de productos electrónicos en España. Las gestoras nacionales de estos residuos, sin embargo, estiman que en 2015 se comercializaron cerca de un millón y medio de estos aparatos. Casi el triple que hace tres años.

“Cada vez es más caro y difícil extraer metales de la tierra. Los residuos electrónicos son como el jamón. Hay que coger lo valioso de manera controlada para ahorrar recursos y no perjudicar al medio ambiente”, señala Andrés Martínez, director general de Ecotic, gestora de residuos de aparatos eléctricos y electrónicos. Por los canales regulados, a los que llega lo depositado en puntos limpios o contenedores específicos, circularon más de 400.000 toneladas de basura el año pasado. Es decir, se reciclaron uno de cada cuatro aparatos, cifra por debajo del 35% de la media comunitaria, en datos de Eurostat.

“Incluso algunos electrodomésticos acaban en una cuneta, o en en el fondo de un río”, dice irónico Gonzalo Torralbo, secretario general de Recyclia, fundación que engloba varios gestores que abarcan todo el espectro de residuos electrónicos, como por ejemplo Tragamóvil (móviles) o Ecolum (lámparas). Los sistemas paralelos para deshacerse de estos residuos abarcan el millón de toneladas de basura restante: aproximadamente la mitad acaba en gestores independientes no homologados, y lo restante se pierde entre el robo y la exportación ilegal de piezas y equipos. El mercado ilícito provocó en 2015 un agujero económico de entre 800 y 1.700 millones de euros en España. Estos residuos, además, escapan de cualquier contabilidad.

¿QUÉ SE CONSIDERA UN RESIDUO ELECTRÓNICO EN ESPAÑA?

Los residuos electrónicos y eléctricos (RAEE) se clasifican en España en siete grupos ordenados de mayor a menor peligrosidad, como explica el Gonzalo Torralbo, el secretario general de Recyclia. También se consideran cuáles son para uso industrial y cuáles para uso doméstico. Son estos:

  • Grandes aparatos que intercambian temperatura: una nevera.
  • Grandes aparatos que no intercambian temperatura: una lavadora.
  • Pantallas.
  • Lámparas.
  • Pequeños aparatos: un secador, una licuadora.
  • Pequeños aparatos de telecomunicación e informática: un móvil.
  • Paneles fotovoltaicos.

El 70% de los aparatos electrónicos puestos en el mercado en España son “de los grandes”, dice Torralbo: “Lavadoras, lavavajillas, televisores y frigoríficos, en su mayoría”. Son también los más peligrosos a la hora de desmantelarlos. Contienen sustancias muy nocivas, como el fósforo o gases que degradan la capa de ozono, inocuos si se tratan de forma adecuada. Otras, como el plástico o el vidrio plomado, se valorizarán. “Las administraciones se tienen que responsabilizar. No podemos seguir despreciando las materias primas que hay en los residuos porque seguiremos dependiendo de terceros países. “Europa es un productor y consumidor gigante”, apostilla.

Los fabricantes tienen una meta a la que llegar: reciclar al menos el 45% de media de los aparatos comercializados en los tres años anteriores. Según Torralbo, estamos en los cuatro kilos por habitante. Un escaso 25% si tenemos en cuenta que consumimos 18 kilos al año.

Un problema universal

Hasta 60 elementos de la tabla periódica se pueden hallar en un aparato electrónico complejo. Entre ellos, algunos muy preciados: en 50.000 teléfonos hay contenidos un kilo de oro y diez de plata, convertibles en el mercado en unos 40.000 euros. La organización prevé que en 2017 se alcancen las 65,4 millones de toneladas, un 56% que la cantidad estimada hace apenas dos años.

Lo más probable es que un teléfono desechado no se recicle correctamente y acabe deconstruido en un vertedero. La ONU estima en un informe que menos de dos de cada diez aparatos fabricados en los países desarrollados se recupera de forma controlada. El 80% restante se destina a circuitos secundarios e ilegales ubicados en China —en Guiyu, provincia de Cantón, hay más de 100.000 personas empleadas en este negocio— y otros países africanos como Ghana, donde se emplaza el tristemente célebre vertedero de Agbogbloshie, uno de los lugares más tóxicos del mundo. Casi un tercio de los 42 millones de toneladas de basura electrónica que corren por el planeta se generan en dos naciones: Estados Unidos y China.

Si todos estos aparatos estropeados obtuvieran un tratamiento adecuado conformarían una valiosísima mina urbana de recursos. En un año, de ella se extraerían (y ahorrarían) unos 16 millones de toneladas de hierro, 1,9 de cobre y 300 de oro, por ejemplo, además de notables cantidades de plata, aluminio y paladio. Todos los metales salvados equivaldrían a unos 52.000 millones de dólares, más o menos lo que vale la empresa de transporte Uber. Sin embargo, en el mercado subterráneo de la electrónica se mueve ya más dinero que en el negocio de la droga, según un aclamado documental de Cosima Dannoritzer.

El reverso de la mina urbana es la mina tóxica. Prácticas primitivas como los baños en ácido, la quema de cables y el almacenamiento de metales nocivos, según un informe de The Lancet elaborado por expertos de la OMS, dejan un reguero de enfermedad en los poblados donde se llevan a cabo. Entre ellas: obesidad crónica, diabetes, hipertensión, cáncer de pulmón, alteraciones en la función tiroidea o malformaciones en los recién nacidos. Una lista que contribuye a las más de siete millones de muertes al año relacionadas con la contaminación atmosférica que estima la organización.

Fuente: El Pais